"EL ARTILIGIO"
(1967)
Manuel Calvo El Artilugio LP(250 copias) + folleto (8 paginas) realizado en 2020 por la discográfica Alga Marghen
*Enlace
"EL ARTILIGIO"

En 1967 Manolo Calvo decidió alumbrar el «Artilugio» (y entiendo el verbo alum brar en el doble sentido de iluminar y parir). ¿Qué es un artilugio? El diccionario asigna a dicha voz un matiz despectivo: aparato o mecanismo artificioso, pero de poca importancia o duración. Ignoro en qué criterios funda el diccionario la supuesta menor importancia del artilugio ni en qué cálculo basa la presunta exigua duración de sus efectos. Del de Manolo Calvo diré, intrínseca relevancia al margen, que duró mucho, y más hubiera durado si su autor no hubiese decidido arrinconarlo cuando aún anda- ba en buena función y no mal uso.


Muchas vueltas y revueltas dio Manolo Calvo a su proyecto del «Artilugio» hasta ins talarlo o acomodarlo en su taller de la madrileña calle de Alcántara. A partir de aquel día, quien quisiera valerse de sus efectos no tenía más que acudir al sobredicho taller, pulsar los botones de mando y acusar en sus pupilas el guiño palpitante del nuevo con vecino al tiempo que el oído se recreaba en la respuesta mecánico-vital que venía del diafragma (y a veces de más abajo). Entrada, salida y experiencia eran absolutamente gratuitas; que rara vez se lucró Manolo Calvo de cualquiera de sus invenciones sin cuento.


El adicto a la sola escucha podía incluso ahorrarse el viaje. Manolo Calvo había esta- blecido comunicación telefónica entre su artilugio y el exterior, que en principio es de todos. El anuncio (lo recuerdo como si lo viera) había aparecido en los papeles. Cualquier ciudadano (y cualquiera que fuere su dolencia) tenía libre acceso al «Artilugio» con sólo servirse del teléfono. Manolo Calvo acababa de instituir un siste ma de urgencia ciudadana sin otro fin que la respuesta indescifrable (como debe ser toda buena respuesta) a quien la solicitara a esta o aquella hora del día y todas, todas, las de la noche.

«Hacía tiempo —confesaba Manolo Calvo en 1967— que me rondaba la idea. ¡Qué monótonos son esos aparatos de luces intermitentes que se mueven y al poco rato, des- pués de habernos enseñado unos destellos o unas sombras, empiezan otra vez con la misma historia! ¡Tampoco hay tanta diferencia entre esos cacharros y la Venus de Milo!». La sagaz apostilla de nuestro hombre iba en derechura contra el empeño de la vanguardia en erradicar las «normas inmutables» del arte del pasado para imponer otras no menos académicas de cara a un hipotético futuro y en aras de un arrogante grito supuestamente revolucionario.

¿Cómo llegó Manolo Calvo a la fórmula heterodoxa de su cívico «Artilugio»? Con un motor usado que encontró en el Rastro. Para el resto le bastaron unas lámparas de colores, cable eléctrico, esparadrapo, papel celo, papel espejo, espejos diminutos, «macarrón» de plástico y varios pulsadores. ¿Algo más? Talento incipiente, concomi- tante y consecuente... y un ánimo decidido de ofrecer respuestas y más respuestas (millones de respuestas) a quien de día o de noche las hubiera menester. Respuestas tan aparentemente iguales y realmente diferentes como las horas, las luces, las som- bras, los matices y las nubes del día.


«El quid de la cuestión —apunta nuestro inventor— era muy simple: el juego de luces nunca se repite». La verdad (y lo digo como quien lo vio) es que la «repetición» se pro- ducía, pero al compás de una infinita e insensible «diferencia». Y en ello estaba dando, justamente, Manolo Calvo con el quid mismo, no ya del artilugio, sino de todo su arte y también de la vida. Los dos extremos («repetición» y «diferencia») de que Deleuze se vale para entender el suceso del vivir eran los mismos que nuestro hombre dejó impresos en el «Artilugio», como impresos quedaban en una etapa precedente e impresos quedarían en otras subsiguientes.


En su concepto global la vida entraña sistemática repetición de sí misma, resultando esencialmente distintos los sucesivos instantes de su propio acontecer. De sol a sol —dijo el clásico— se produce la vida del hombre. El cómputo diario es igual, sistemáticamente homologable, eminentemente repetitivo. Lo que varía es cada uno de sus instantes, cada una de las horas, las luces, las sombras y matices que describen el paso inelu- dible de un sol a otro sol. El día que pasó es esencialmente cotejable con el que vol- verá, resultando, eso sí, cada uno de sus momentos esencialmente dispar, emocio- nantemente distinto...