"Serie Johnson"
(1966)
1966
Serigráfia sobre papel
65 x 50 cms
1966
Acrílico sobre papel
64 x 49 cms
1966
Acrílico sobre cartulina
64 x 49 cms
1966
Acrílico sobre papel
44 x 39 cms
1966
Acrílico y purpurina sobre papel
59 x 44 cms
1966
Serigrafía sobre papel
63,3 x 45,5 cms
Serie Johnson

Si en el campo de la filosofía, es ya casi imposible sostener que la evolución de las escuelas filosóficas se debe exclusivamente al desarrollo inmanente de las ideas, en el mundo del arte es todavía más inconcebible mantener cualquier tipo de solipsismo. Cualquiera que sea la concepción que sustentemos sobre la autonomía relativa del arte, respecto al desarrollo social, habremos de admitir el condicionamiento que, en mayor o menor grado, ejerce sobre el artista el marco histórico en que se desarrolla su obra. Manolo Calvo no es en ese sentido una excepción. Más bien tipifica al artista dotado de una especial receptividad hacia los nuevos fenómenos históricos, que acaba integrando en su obra a través de una muy peculiar reelaboración estética. De ahí la conveniencia de situar mínimamente el contorno que la década del 60 impuso a Manolo Calvo. Y, especialmente, su primer lustro.


Si la década del 50 se mantiene todavía en el clima de la guerra fría, la primera mitad de la década del 60 puede ser caracterizada como la etapa en que la distensión internacional se consolida y se abren perspectivas esperanzadoras de una coexistencia pacífica generalizada. Puede parecer paradójica esa caracterización, si se recuerda que fue en octubre de 1962 —durante la crisis del Caribe—cuando el mundo estuvo más cerca de la guerra nuclear. Sin embargo, la guerra de Corea, el bloqueo de Berlín, la batalla de Dien Bien Phu, la aventura de Suez, y otros acontecimientos que podían haber conducido a una nueva guerra mundial, quedaron atrás. Además el clima era ya distinto. Se negociaba entre ambos bloques, y se realizaban progresos en la limitación de la carrera armamentista. Incluso en la crisis del Caribe se impuso la razón y tan grave episodio acabó y se lograron nuevos avances en la coexistencia pacífica. Comenzaba la era Kennedy y su política de «nueva frontera» parecía abrir en EE. UU. una nueva etapa progresista.


Los últimos años de la década del 50 habían ofrecido nuevas posibilidades al progreso social. En Occidente, imperaba el «Estado del Bienestar» y se daba por superada la lucha de clases. En el «Tercer Mundo», un creciente número de pueblos se liberaban del yugo colonial, aunque, a veces, el proceso histórico se frustrase de forma dramática con el sacrificio de líderes como Lumumba. En otros, por el contrario, el pueblo consolidaba su victoria, como en Argelia y Cuba. Tales acontecimientos repercutieron en España en grado diverso. Muchos nos solidarizamos activamente con ambas revoluciones que abrían nuevas rutas al proceso de emancipación humano

Pero antes de finalizar el primer lustro de la década del 60, de nuevo se cerró el horizonte. El propio presidente Kennedy contribuyó a masificar la ya incipiente intervención yanqui en Vietnam. Por primera vez se intentó —en palabras del general Curtiss Le May— «hacer regresar masivamente a un pueblo a la edad de piedra». No se consiguió y Vietnam se convirtió, al igual que lo había sido España en la década del 30, en el núcleo aglutinante de la solidaridad internacional y la bandera de una generación. También sirvió de acicate —junto con el movimiento pro derechos civiles de la población de color— a un proceso de concienciación activa de importantes sectores de la juventud norteamericana. Empero no fue suficiente. Si Vietnam heroico triunfó, el pueblo dominicano fue aplastado por los «marines» yanquis. Poco después triunfó en Brasil el golpe militar de nuevo tipo, que acabó influyendo en el cono sur del continente americano. Más tarde se produciría el sacrificio de «Che Guevara», en Bolivia, y mayo de 1968 en París; pero las consecuencias de este último fenómeno transcienden ya a la década.


En España este marco internacional incide también, aunque sobre una especificidad propia. La derivada de la supervivencia del franquismo. Este anacronismo, insólito en Europa, sigue utilizando métodos de represión fascistas. Con ellos trata de neutralizar la combatividad de los metalúrgicosz vascos y los mineros asturianos. Las huelgas de 1962 y 1963 convierten el nombre de Asturias en una bandera de lucha y solidaridad. Una de esas acciones solidarias es la manifestación que, en apoyo de los mineros asturianos, se realiza en la madrileña Puerta del Sol. Otra el documento de más de 200 escritores, artistas, profesionales, etc. dirigida a Fraga Iribarne —entonces Ministro de Información y Turismo— contra la dureza de la represión en Asturias. En ambas participa Manolo Calvo. Pero no solo testimonia como ciudadano en estas y otras manifestaciones, sino también como artista.


Yo le conocí primero por sus grabados y la serie dedicada al fusilamiento de Julián Grimau desde ese peculiar observatorio que constituía la «Universidad» de Burgos. Y más tarde, personalmente, en el Club de Amigos de la Unesco, en Madrid, junto a otros componentes del grupo de grabadores de Estampa Popular. Era una época de esperanza y lucha. También de dogmatismo. Había quien 'trataba de imponer rígidamente los cánones de una concepción esquemática del realismo. Manolo Calvo demostró su recia personalidad artística transcendiendo a toda limitación, sin perder por ello su permanente solidaridad con toda causa justa.

JOSE MARIA LASO PRIETO